Una vez que el gorro de cuero quedó superado por la capucha entre la clase noble de la baja Edad Media, los hombres, seguros de su superioridad se sentían intocables, y lo exteriorizaron a través de los zapatos de punta y el liripipión. Se trataba de un capuchón acolchado cuya longitud llegó a rozar el suelo, se recogía con el brazo como si fuera un apéndice y se movía como la cola de un animal.
Era manifiesto que el liripipión era un símbolo fálico.
Los hombres fueron tan conscientes de su poder de sugestión, que aun cuando el gorro volvió a ponerse de moda, lo llevaban siempre con el liripipión.
[1]